En un acto que agrupa los vicios de la oposición venezolana Julio Borges, arrellanado en un mullido sofá de alguna oficina en el este Caracas, exige explicaciones en torno a la presencia de asesores cubanos que, según él, copan las esferas del poder en Venezuela. Como cacatúas vocingleras el diputado Lorenzo Saturno y Juan Miguel Vega en Barinas, se han apresurado a rebotar la calumnia, calificando de “extraños” los gastos en que se ha incurrido para el mantenimiento de las misiones. Y como dice una amiga mía: No hay un pendejo que salga a defendernos.
No sólo causa pena ajena y estupor el chauvinismo cavernícola de los aludidos y la ignorancia supina que exhiben. Flamea en sus espíritus la más ruin mezquindad que se configura al negar una verdad del tamaño de una catedral: los cubanos han venido a echarle bolas con nuestros revolucionarios para quebrarle el espinazo a la exclusión y hacerle llegar a los desposeidos un pedacito de justicia convertida en salud, educación, cultura, deporte y otros sectores.
Calientes están aún las declaraciones donde Nelson Mandela, Premio Nobel de la Paz (y del aguante, decimos nosotros) dijo que la participación del ejército libertador cubano en Angola había abierto las puertas para la demolición del oprobioso apartheid en Sudáfrica. También frescas están en la memoria colectiva unas cifras que dan cuenta de la nobleza del pueblo cubano y que no por ser guarismos, no dejan de traducirse en un torrente de solidaridad con la humanidad: mientras el imperio estadounidense despliega más de 200.000 soldados alrededor del mundo, la mayoría en el Oriente Medio, con la finalidad de saquear riquezas naturales sin que les importe asesinar hombres mujeres y niños, la Cuba martiana tiene desplegados también en todo el mundo un magnífico ejército de más de 70.000 hombres y mujeres, profesionales de la salud, que llevan curación y alivio a donde se encuentre un ser humano sufriendo y sin importar si el país posee, o no, riquezas naturales para explotar. Y mientras Bill Clinton organizaba un concierto de lo más “nice” para darle el toque “cool” a una tragedia que debería avergonzarnos; mientras los países por solidaridad o afán de figuración enviaban ayuda y médicos a la isla del gran Petión, ya los cubanitos estaban allá desde hacía tiempo, calladitos, bregando junto al pueblo haitiano por el primer derecho humano que tanto olvidan los cipayos: el sagrado derecho a la vida.
LA SUPREMA PRUEBA DE AMOR…Y PERDÓN
Cuando por Semana Santa hasta el más maluco se siente bendecido, el rábula de Julio Borges, la vulgaridad encarnada en Lorenzo Saturno y el oportunista pagafantas Juan Miguel Vega, arremeten contra las misiones cubanas bajo el pequeñísimo cálculo electoral que les prodigaría la agitación a través del odio. Olvidan a un viejo y derechoso mentor, Winston Churchil, quien con razón dijo: “que mientras el político piensa en las próximas elecciones, el estadista piensa en las próximas generaciones”. Por eso, siendo gente capaz hasta de vender a su abuela, no han dejado muñeco con cabeza y la han emprendido contra las misiones, contra el pueblo cubano y contra la hermandad de los dos países para enriquecer la peregrina tesis de una “silenciosa invasión cubana”. Es cómico, pero triste.
Contrastan estas abyectas ejecutorias con un hecho concreto, histórico, comprobable que sonrojó hasta el preinfarto a la canalla fascista internacional: la Misión Milagro cubana, la que se encarga de devolverle la vista a los pobres, hizo en Bolivia el milagro de curar los ojos a Mario Terán, ni más ni menos que el sargento que mató al Ché Guevara, ese flacuchento y martirizado médico que vino al mundo a enseñarnos que el amor es el principal motor de la Revolución. ¿Quién duda que de no ser por las balas asesinas que disparó Terán no andaría por ahí el Ché enrolado como médico cubano salvando vidas? Pero la vida (y la muerte) es como es y quiso el destino que al hoy anciano Terán, cegado por las cataratas, lo sanara el espíritu del hombre herido e inerme contra quien disparó a sangre fría, envalentonado por el alcohol.
Reseña un artículo de Gramma que “el Ché, herido y desarmado, sentado en el piso de tierra de la escuelita, observó (a Terán) vacilante y temeroso, y tuvo todo el coraje que le faltaba a su asesino para abrirse la raída camisa verdeolivo, descubrirse el pecho y gritarle: 'No tiembles más y dispara aquí, que vas a matar a un hombre'. Terán, cumpliendo órdenes de los generales René Barrientos y Alfredo Ovando, de la Casa Blanca y de la CIA, disparó sin saber que las heridas mortales abrían huecos junto a aquel corazón para que continuara marcando la hora de los hornos'.
Por tanto ¿qué moral pueden tener unos minúsculos seres que niegan la solidaridad de un pueblo cuyo Apóstol José Martí dijo al Bolívar pétreo de la plaza caraqueña: “Venezuela: déme en que servirla, en mí tiene a un hijo”?; ¿de un Ché que en plenos combates ordenaba atender por igual a los heridos de los bandos enfrentados? ¿Cómo niegan mezquinamente a los millones de venezolanos beneficiados con el influjo benefactor de las misiones cubanas?
LOS MALOS CUBANOS
Sí es cierto que ha habido cubanos (mejor decimos “nacidos en Cuba”, porque no merecen su gentilicio) que junto a sátrapas criollos como Carlos Andrés Pérez ha dejado su impronta de miseria y dolor humano. Estos “asesores-asesinos”, entronizados incluso como funcionarios de alto nivel del gobierno venezolano sirvieron como arietes del imperialismo para llevar a cabo operaciones como la voladura del avión cubano que el 6 de octubre de 1976, quitó la vida a 73 personas, entre ellos los 24 integrantes del equipo juvenil de esgrima de Cuba, 11 jóvenes guyaneses que viajaban a Cuba para estudiar Medicina, 5 coreanos de la delegación oficial de la República Popular Democrática de Corea y varios tripulantes de Cubana de Aviación.
Estos terroristas, amparados por la impunidad que les brinda el imperio asesino como ellos, jamás han pagado sus culpas. Nombres como Luis Posada Carriles, Orlando Bosch y Orlando García todavía “suenan” en la comunidad gusana de Miami y añoran a Carlos Andrés Pérez quien, aún pudriéndose en vida, sueña con un regreso vengador con la ayuda, por supuesto, de títeres cipayos como Julio Borges, Lorenzo Saturno y Juan Miguel Vega. Pero hoy la historia es otra.
lunes, 5 de abril de 2010
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